A menudo se nos dice que debemos «tratar a los demás como te gustaría que te traten a ti» y, usualmente, tratamos de seguir el dicho. Muy rara vez nos detenemos a pensar en tratarnos a nosotros mismos como trataríamos a los demás. La idea de amor/cuidado propio puede resultar ajena para muchos que se han dedicado únicamente a cuidar de los demás.
Muchas veces, cuando ignoramos el cuidado personal y nos enfocamos en los demás, podemos ser etiquetados como hipócritas. Me viene a la mente el famoso «haz lo que digo, no lo que hago» y nos alejamos de tratarnos con amor, perdón y respeto. De hecho, nos concentramos tanto en asegurarnos de que otras personas se sientan llenas de amor y aceptación que no prestamos la misma atención a la persona que más lo necesita, nosotros mismos.
Pensamientos degradantes como «no soy digno», «no soy lo suficientemente bueno» y «no merezco esto» entran en nuestras mentes.
Personalmente, siempre luché con la idea de amor/cuidado propio. Le daría mi playera a un amigo que la necesitara, pero no encontraría otra playera para cubrirme después. Por lo que entendí, no importaba si me amaba y me aceptaba, lo que importaba es que los demás supieran que eran importantes. No fue sino hasta que me convertí en maestra, que me di cuenta de lo importante que era amar a los demás y a mí misma. Verás, cuando tienes que mirarte a través de los ojos de otra persona, puede ser difícil enfrentar el reflejo apuntándote.
A los ojos de mis alumnos, soy más que su maestra, soy su guía, su confidente y su instructora. Cuando se sienten deprimidos, yo estoy allí para levantarlos, apoyarlos y ayudarlos a avanzar.
Un día, un estudiante hizo un comentario sobre lo increíble que yo era, sin pensarlo, respondí en voz baja que no era todo lo que aspiraba ser. Cuando me di cuenta de lo que había dicho, la expresión del rostro de mi alumna cambió de admiración a preocupación y duda. Ella comenzó a cuestionarme, ¿cómo podría creer en ella si ni siquiera creía en mí misma? Traté de reírme y fingir que era solo una broma, pero luego solo me contradije aún más, ya que animo a mis estudiantes a no hacer bromas autocríticas.
Ese momento, y algunos otros, me ayudaron a abrir los ojos de que la mejor manera de amarnos unos a otros es comenzando desde adentro. Podemos ver en Marcos 12: 30-31: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.”
Cuando amamos a Dios con todo nuestro corazón, podemos amarnos a nosotros mismos de la forma en que Dios nos creó. En lugar de intentar colmar a los demás con amor y perdón, podemos irradiarlo desde nuestro interior para compartirlo unos con otros. No te limites a dar amor; asegúrate de compartirlo contigo también.
Rosita Yon
abril 14, 2021Muy cierto. Quien se ama y acepta como es, eso mismo dará a los demás. Lo que esta en nuestro corazón es un tesoro que podremos compartir cuando lo que hay es amor.